Aprendió a tocar el piano en la calle, de oído, sin
partituras. Sentía cómo los beats corrían por sus venas y los pies se le iban
solos tras el compás. Era la música del demonio pero se sentía feliz de estar
en el infierno. Era la música de los negros, la música maldita y él ya estaba
maldito, consumido por el jazz.
Tocaba en un club de mala muerte lleno de putas y camas
sucias, y el piano era viejo y a veces desafinaba, pero a él eso le importaba
poco con tal de tocar, de sentir cada noche cómo el jazz se le metía por el
cuerpo y lo poseía. Ni el mejor
exorcista hubiera podido ayudarlo a liberarse.
Entre las putas se encontraba Minnie, una mulata criolla de voz profunda y tetas enormes que le
decía :¡ Tócala otra vez, Mannie!. Y Mannie la tocaba, por supuesto.
Minnie solía acompañarlo a veces; de su pecho salía una voz
indescriptible. Aquellas piernas largas que llegaron desde New Orleans para uso
y disfrute de todo neoyorquino que pagase el precio, se apoyaban contra el
piano y de aquellas tetas apretadas por el corpiño salía un vibrato que dejaba
sin palabras al que lo escuchase.Y Mannie tocaba la música del demonio como los
ángeles. Y el club llamado Black Seed
hervía cada noche al son del infierno. Mannie acariciaba las teclas cerrando los ojos, sintendo al
piano, de vez en cuando los abría para mirarle las tetas a Minnie y seguir
tocando extasiado.El sudor corría por su frente y la colilla de un cigarrillo
pendía de sus labios consumiéndose.
Después de cada actuación, solía sentarse en la barra y
pedía un bourbon. Minnie lo acompañaba
si no había otros menesteres. Luego subían a alguna habitación y allí
Mannie tocaba aquel cuerpo de ébano con la misma delicadeza que si fuera un
piano, y de la boca de Minnie salían dulces melodías, quejidos pueriles
provocados por los huesudos dedos del
pianista. Huesudos pero suaves, Mannie sabía qué tecla tocar para que Minnie se
retorciera de placer. Comenzaba besándola, las lenguas húmedas entrelazadas, el
aliento a tabaco y bourbon eran la mezcla perfecta para prender la mecha.
Seguía bajando por su cuello, chupándolo y rompía los botones de su corpiño haciendo
saltar aquellos pechos en los que él
hundía su cara y se ahogaba hasta casi perder el sentido. Daba pequeños
mordisquitos a los pezones oscuros y duros, las teclas negras,como los llamaba
Mannie. Ella apoyada contra la pared, notaba cómo la polla se iba hinchando y
se le clavaba entre las piernas. Sin pensarlo
rompió sus medias de red con las uñas y dejó que aquella polla se le
metiera hasta las entrañas. La notaba caliente, dura, bombeando al ritmo del
jazz, penetrándola, haciéndola suya. Minnie perdía el sentido, mientras Mannie la embestía salvajemente.
Aquel coño, aquella caverna ardiente, que no tenía fin, de donde salían chorros
de placer como si fueran corrientes subterráneas esperando que alguien las
descubriese, se corría una y otra vez y Minnie mordía al pianista en el primer
trozo de piel que encontrara su boca.
Mannie sentía cómo aquella caverna caliente engullía su
polla, cómo la succionaba sin dejarla salir hasta el punto de meterse entero
dentro de otro cuerpo y olvidarse del suyo propio hasta que estallaba e
inundaba a Minnie de espeso placer.
Apoyados el uno en el otro contra la pared terminando
de jadear, mirándose y sintiendo los
cuerpos pegajosos por el sudor se daban un último beso.
Buen reflejo de los clubes de jazz de callejones perdidos y donde se pierden los melómanos, adornado por un toque de calor humano y sensual de los encuentros solitarios.
ResponderEliminarFoto: En primer plano, Cenicero, cigarrillo humeante junto a una copa de Burbons encima de un piano y en el segundo plano desenfocado al fondo, el torso desnudo de una mujer con unos pechos generosos.
Muchísimas gracias, Carmelo!! Esa foto sería brutal, como todas las que haces :)
Eliminar