lunes, 19 de noviembre de 2012

Mannie



Aprendió a tocar el piano en la calle, de oído, sin partituras. Sentía cómo los beats corrían por sus venas y los pies se le iban solos tras el compás. Era la música del demonio pero se sentía feliz de estar en el infierno. Era la música de los negros, la música maldita y él ya estaba maldito, consumido por el jazz.
Tocaba en un club de mala muerte lleno de putas y camas sucias, y el piano era viejo y a veces desafinaba, pero a él eso le importaba poco con tal de tocar, de sentir cada noche cómo el jazz se le metía por el cuerpo  y lo poseía. Ni el mejor exorcista hubiera podido ayudarlo a liberarse.
Entre las putas se encontraba Minnie, una  mulata  criolla de voz profunda y tetas enormes que le decía :¡ Tócala otra vez, Mannie!. Y Mannie la tocaba, por supuesto.
Minnie solía acompañarlo a veces; de su pecho salía una voz indescriptible. Aquellas piernas largas que llegaron desde New Orleans para uso y disfrute de todo neoyorquino que pagase el precio, se apoyaban contra el piano y de aquellas tetas apretadas por el corpiño salía un vibrato que dejaba sin palabras al que lo escuchase.Y Mannie tocaba la música del demonio como los ángeles. Y el club llamado Black Seed hervía cada noche al son del infierno. Mannie acariciaba  las teclas cerrando los ojos, sintendo al piano, de vez en cuando los abría para mirarle las tetas a Minnie y seguir tocando extasiado.El sudor corría por su frente y la colilla de un cigarrillo pendía de sus labios consumiéndose.
Después de cada actuación, solía sentarse en la barra y pedía un bourbon. Minnie lo acompañaba  si no había otros menesteres. Luego subían a alguna habitación y allí Mannie tocaba aquel cuerpo de ébano con la misma delicadeza que si fuera un piano, y de la boca de Minnie salían dulces melodías, quejidos pueriles provocados por los huesudos  dedos del pianista. Huesudos pero suaves, Mannie sabía qué tecla tocar para que Minnie se retorciera de placer. Comenzaba besándola, las lenguas húmedas entrelazadas, el aliento a tabaco y bourbon eran la mezcla perfecta para prender la mecha. Seguía bajando por su cuello, chupándolo y rompía los botones de su corpiño haciendo saltar aquellos pechos  en los que él hundía su cara y se ahogaba hasta casi perder el sentido. Daba pequeños mordisquitos a los pezones oscuros y duros, las teclas negras,como los llamaba Mannie. Ella apoyada contra la pared, notaba cómo la polla se iba hinchando y se le clavaba entre las piernas. Sin pensarlo  rompió sus medias de red con las uñas y dejó que aquella polla se le metiera hasta las entrañas. La notaba caliente, dura, bombeando al ritmo del jazz, penetrándola, haciéndola suya. Minnie perdía el sentido,  mientras Mannie la embestía salvajemente. Aquel coño, aquella caverna ardiente, que no tenía fin, de donde salían chorros de placer como si fueran corrientes subterráneas esperando que alguien las descubriese, se corría una y otra vez y Minnie mordía al pianista en el primer trozo de piel que encontrara su boca.
Mannie sentía cómo aquella caverna caliente engullía su polla, cómo la succionaba sin dejarla salir hasta el punto de meterse entero dentro de otro cuerpo y olvidarse del suyo propio hasta que estallaba e inundaba a Minnie de espeso placer.
Apoyados el uno en el otro contra la pared terminando de  jadear, mirándose y sintiendo los cuerpos pegajosos por el sudor se daban un último beso. 





2 comentarios:

  1. Buen reflejo de los clubes de jazz de callejones perdidos y donde se pierden los melómanos, adornado por un toque de calor humano y sensual de los encuentros solitarios.
    Foto: En primer plano, Cenicero, cigarrillo humeante junto a una copa de Burbons encima de un piano y en el segundo plano desenfocado al fondo, el torso desnudo de una mujer con unos pechos generosos.

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    1. Muchísimas gracias, Carmelo!! Esa foto sería brutal, como todas las que haces :)

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