Entré
por la puerta principal y me dirigí al mostrador de la recepción.
Recogí mi
llave:habitación 507. En el ascensor intercambié saludos y parte meteorológico
con algunos huéspedes.
Me
sentía algo inquieta. Esa misma tarde, recibiría la visita de un famoso librero
que andaba interesado en la colección VonTryen que había pertenecido a mi
familia durante generaciones, y ahora yo, me desharía de ella por un puñado de
dólares.
Llevaba años viviendo en el hotel. Es una
manera cómoda de vivir y mi herencia me proporcionaba cierta holgura, no podía
quejarme. Con la venta de la colección sabía que mi abuelo se retorcería en su
tumba. No es que no me importasen los libros, conocía cada letra impresa como
las líneas de mi mano, pero había decidido mudarme al este y suponían exceso de
equipaje. Sí, sentí cierta nostalgia al recordar las tardes que pasé en la
biblioteca de mi abuelo rodeada de ellos.
Había
quedado con el señor Bednarik sobre las 5. Tomaríamos té, ojearía la colección
y discutiríamos sobre dinero, algo simple. Sólo conocía de él su tono de voz ya
que hablamos por teléfono para concretar
la cita. Quería que el tiempo pasara deprisa y dejar de sentir cierto
sentimiento de culpabilidad por lo que iba a hacer, aunque ya no había marcha
atrás. Estaba decidido.A la hora exacta sonó el timbre. Cogí aire y abrí. Ante
mí apareció un tipo curioso,nada vulgar.
-
¡Buenas tardes!, ¿Lady Williams?-
- ¡Sí,
adelante por favor! -
Me sorprendió
su manera de vestir: traje y corbata a la moda, zapatos impecables y una flor
en el hojal de la chaqueta. Tenía un estilo muy particular. No pasaría de 50
años, aún conservaba esa chispa infantil en la mirada. Le indiqué que tomase
asiento, pero se volvió hacia la estantería donde estaba la colección.
-¿Uno
o dos terrones?-.
-¡Dos,
por favor!- dijo mientras cogía un ejemplar.
Lo
ojeó minuciosamente. Olió el perfume vetusto y agrio de cada pliegue, acarició
la tapas de cuero curtido por los años con tal delicadeza que parecía que
acariciase el cuerpo de una mujer, como si pudiera sentir y entender lo que el
libro queria expresar. Las páginas se abrían ante él dichosas, ansiosas por ser
acariciadas por sus largos dedos, una a una. Cada gesto iba más allá de la mera
observación.En la habitación sólo estaban el libro y él, descubriéndose
el uno al otro.Yo disfrutaba ante tal visión, me sentí algo excitada. Así que
preferí servirme un whisky y dejar el té para otro momento.
-¿Le
importaría servirme otro a mí?-dijo- pero sin hielo-.
-No,
por supuesto-. contesté mientras me encendía un cigarrillo.
-¡Eso
es lo peor que puede hacer!-
-¿Por
mi vida?-.
-¡No,
por los libros! El humo afecta tanto su calidad que podría verse perjudicada la
venta-.
Pero
no lo apagué.
-La
colección es de las mejores que he visto. No entiendo porqué quiere deshacerse
de ella, con los años aumentaría su
valor-.
-Exceso
de equipaje, sólo eso-.
-¿Cuánto
pide?-.
-¿
Cuánto cree?-.
-Es
sumamente valiosa pero la cantidad que le voy a ofrecer no sé si le satisfará-.
-¡Inténtelo!-.
Mientras discutíamos precios, no dejaba
de recordar su manera de acariciar el libro, cómo lo tocaba, cómo lo olía... Y
pensé que si estuviera casado, su mujer se sentiría plena cada noche por tener
a un marido tan meticuloso, tan placentero... O quizás, ¿era un fetichista de
los libros?¿ se excitaría con sólo tocarlos y olerlos, preferiría el frio de
una página al calor de un cuerpo, al olor de un cuerpo?¿viviría en una pequeña
mansión rodeado de ellos y haría el amor cada noche con uno diferente? Sería
como vivir rodeado de amantes, los amas a todos y todos te aman a tí, ¿ pero
tendría alguno preferido?
¿Le
dedicaría más tiempo o caricias a una obra de Moliére que a una de Quevedo? Un
harén de belleza, letras, rimas, historias...en donde él sería el único marajá.
Un tipo afortunado, sin duda.
-¡
Dos mil dólares es lo que puedo ofrecerle, Lady Williams!- dijo rotundamente.
-¿Cómo,
dos mil dólares? ¡¡Ja, ja, ja! esa colección no vale menos de diez mil y usted
lo sabe!-
-
¡No puedo ofrecerle nada más!-
-Bien,entonces
buscaré a alguien decidido a pagar lo que
corresponde, buenas tardes, Mr.Bednarik- dije mientras mantenía el pomo de la puerta abierta.
Me
serví otro whisky, la situación me había dejado mal cuerpo, encendí otro
cigarrillo. Miré por la ventana, sólo bullicio y prisas en el centro. Me
preguntaba si sería buena opción dejar mi colección en manos de Mr.Bednarik por
tal módico precio, además no conocía a nadie que entendiese tanto de libros
como él, tenía gran fama y yo me había tirado un farol diciendo que buscaría a
otro.
No
me había percatado hasta que miré al sofá y vi su sombrero, lo había olvidado.
Así que no me quedaba más remedio que volver a verle y de paso pedirle disculpas
por mi histérico comportamiento.Guardaba en mi bolso su tarjeta, así que decidí
devolverle el sombrero a la mañana siguiente. Me había prometido a mí misma que
me calmaría , asi que antes de dormir nada mejor que un buen trago de bourbon
y un Valium, mezcla perfecta.
Me desperté algo aturdida del efecto
narcotizante, así que una ducha y un buen desayuno serían la clave para
despertar a la realidad. Sobre las 10'30 salí a la calle.
Preferí
caminar, dar un largo paseo por la calle D'uberville y sentir el aire en mi
cara, las prisas, la gente, el humo de los coches...En una hora me hallé ante
la puerta de su librería. La campanita sonó al entrar pero nadie apareció. Era
una librería antigua pero bien conservada, tomos apilados en mesas enormes pero
todo impecable, ni una mota de polvo, nada fuera de lugar. Los estantes
llegaban hasta el techo y se podía acceder a ellos mediante una pequeña
escalerilla de madera. No se oía nada, sólo mis tacones mientras me adentraba.
-Mr.
Bednarik, ¿está usted ahí?-.
Seguí
hasta que lo vi al fondo. Tenía en sus manos cómo no, un libro, parecía
embelesado. Me dio reparo distraerle, se le veía tan absorto... A sí que decidí
dejar el sombrero sobre una mesa y marcharme sigilosamente. Cuando llegaba a la
puerta, sentí un soplo de aire en mi nuca, se me erizaron los pelos, me giré,
era él.
Me
tomó del brazo y me llevó hasta el fondo de la sala sin mediar palabra. No
dejaba de mirarme fijamente, se acercó y me besó. Metió su dedo pulgar en mi
boca, mientras que su otra mano iba deslizándose lentamente bajo mi vestido
hasta llegar a mi monte, me cogió el coño con fuerza, lo apretaba de tal manera
que tuve un pequeño orgasmo.Le mordí el dedo y de su boca salió un quejido
pueril. Por encima de su pantalón pude notar su polla, enorme, caliente,
durísima a punto de explotar.Fui desabotonando su camisa de seda a la vez que
besaba cada parte que iba desnudando
llegando hasta su cintura. Tomé su miembro entre mis manos y comencé a
chuparle sus testículos, arrugados, suaves... Me mojé un dedo y lo introduje en
su ano mientras se la chupaba y él tiraba de mi pelo pidiéndome más y más... Me
levantó del suelo con fuerza, me sentó sobre una de las mesas y me sentí como
uno de sus libros, mi coño se abrió ante él como las páginas que había visto la
tarde anterior, sólo que ahora estábamos él y yo en la habitación. Mis piernas
se apoyaban en sus hombros y podía sentir su aliento invadiéndome, lamiéndome,
comiéndome entera aquella lengua serpenteante, viva...
Me
estrujé las tetas, sólo quería que aquel tipo me metiera su verga hasta el
fondo y estallar de puro placer...
Me
puso de cara a las estanterías, de rodillas y un libro en cada mano, como un
párvulo castigado con los brazos en cruz, no podía dejar que se cayeran o sería
severamente castigada. Con su polla me daba pequeños golpecitos en las nalgas
hasta que con sus manos las separó y me clavó la polla en el culo mientras que
sus largos dedos hacían virguerías con mi clítoris. Yo no paraba de chorrear, y
seguía corriéndome, gimiendo, había perdido el sentido del tiempo y del espacio
mientras inundaba mi culito con su leche
ardiente, gritando al unísono. Por un momento, mi cuerpo dejó de ser mío,
segundos en los que no sientes nada. Una petite-morte como lo llamarían
los franceses...
Al
levantarme del suelo vi los libros arañados por mis uñas, sentí vergüenza ante
tal destrozo. Me vestí rápidamente. Me giré hacia Mr.Bednarik mientas abrochaba
el último botón.
-¡He
decidido que me llevaré los libros conmigo, no los venderé! ¡Gracias de todas
formas!-.
Al salir de la tienda encendí un cigarrillo,
miré el reloj, justo la hora del aperitivo, momento perfecto para un John
Collins.
.
Excitante.....
ResponderEliminarmmmm ;)
ResponderEliminarExtraordinario relato, me encantó, soy un apasionado de los libros y en cuanto a la parte tórrida, perfecta sin mojigaterías. Muy bien enlazado. Sorprendente narradora.
ResponderEliminarMi fotografía sería un libro desvencijado con un sujetador de lencería fina encima.
Saludos.
y si unimos mis relatos y tus fotos??? ;) mil gracias, y esa foto quedaría genial, muacks
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